La impresionante y emotiva historia del kamikaze Hajime Fuji.
Pero antes de comenzar a escribir esta impresionante y no menos emotiva historia, quisiera detenerme y hacer algunos apuntes.
Muchos occidentales que presumimos de sentir las artes marciales como una pasión, en realidad no deja de ser una sola parte de un sentimiento no del todo completo, es decir, esa pasión es según convenga. A veces queremos ser más japonéses que los propios japonéses, pero no deja de ser según convenga. Por ejemplo, hay una desinformación muy grande respecto al concepto del suicidio. En Japón tienen un concepto muy distinto al nuestro. Todos quieren ser como los samuráis, pero el más alto honor para un samurái era la muerte. Muchas veces el suicidio, el seppuku o el hara kiri. Pero pocos de nosotros entendemos esos principios. Ser samurái o simplemente sentir como un samurái, no es portar una Katana, tal vez una armadura con su Kabuto incluido. Tampoco recitar algunas frases de Bushido o el Hagakure. Pongamos como ejemplo esta historia y cuántos de nosotros seríamos capaces de vivir esta experiencia en la vida real...
LA HISTORIA DE UN KAMIKAZE
Si
las historias de los kamikazes en la Segunda Guerra Mundial ya son de
por sí impresionantes en muchas ocasiones, el caso del teniente
Hajime Fuji es escalofriante. Y no sólo por el propio Fuji, que
pensaba y actuó como otros tantos militares japoneses, sino por lo
que hizo su esposa.
Fuji había
nacido en 1915 y tras presentarse voluntario para el ejército
japonés y combatir contra China, acabó como instructor de aviación
militar en el año 1943. En aquel cargo, el propio Fuji enseñaba a
sus alumnos los valores del soldado japonés y la posibilidad,
llegado el momento, de estrellar su avión contra el enemigo.
Convencido de sus propias palabras, acabó presentándose para una
operación kamikaze, pero su solicitud fue denegada, entre otras
razones, porque Fuji tenía esposa y dos hijas.
Su
esposa, Fukuko, a pesar de no estar de acuerdo en un primer momento
con su marido, viendo el deseo de este y sintiéndose un impedimento
para el mismo, llevó a cabo un acto tan valiente como atroz. En
diciembre de 1944, tras el rechazo a Fuji por parte de sus
superiores, tomó a sus dos hijas, de tres y un año, y se arrojó a
las aguas heladas del río Arakawa. Al día siguiente los tres
cuerpos fueron encontrados, vestidos con sus mejores kimonos.
Fuji
se hundió cuando se enteró de lo ocurrido, y según sus propias
palabras, aquel dolor le superó. Fukuko le había dejado una carta
de despedida:
"Ya que tu
probablemente estarías preocupado por nosotras y no serías
totalmente libre para llevar a cabo tus obligaciones por estar
nosotras aquí, nos adelantamos a ti y te esperaremos. Por favor,
combate sin reservada".
Fuji
escribió a su vez una carta para su hija mayor, que tenía tres años
cuando murió, y entre otras cosas le decía:
Es
dolorosamente triste que junto con tu madre, te sacrificaras por tu
padre, por su ferviente deseo de entregar la vida por su país.
Papá
también tendrá posibilidad de seguiros pronto. Entonces te
mantendré con alegría cerca de mí mientras duermes. Si Chieko (la
hija menor de Fuji) llora, por favor, cuida bien de ella.
Papá
hará un gran papel en el campo de batalla y os lo llevará como
regalo.
Tras aquella tragedia,
volvió a solicitar formar parte de la unidad especial de pilotos
suicidas y esta vez fue aceptado, aunque sólo fuera para que la
muerte de su mujer y sus hijas no fuera del todo inútil. Sus alumnos
hicieron una colecta y le compraron una espada, con la partió hacia
su nuevo destino en el ejército.
El
28 de mayo de 1945 Fuji llevó a cabo, por fin, su ataque suicida,
como parte de un escuadrón de kamikazes.
Se estrellaron contra el Drexler, un destructor estadounidense.
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