domingo, 3 de diciembre de 2023

UNA HISTORIA DE NAVIDAD - LA TREGUA

 

LA TREGUA DE NAVIDAD

Existen muchas historias e historietas, así como muchos cuentos de Navidad, unos alegres y otros más tristes. Pero la historia que hoy os vengo a contar, es un hecho histórico real. Muchos habrán oído hablar de ella, otros la conocerán bien, y para otros muchos, será la primera vez que oirán de ella.

LA TREGUA DE NAVIDAD EN LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Fueron tan solo algunas horas, pero en 1914, durante la Primera Guerra Mundial, un grupo de soldados decidiría espontaneamente dejar la guerra de lado para confraternizar con el ser humano que se encontraba debajo del uniforme enemigo.

Era diciembre de 1914 y apenas transcurridos los primeros meses desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, alemanes y aliados batallaban en los frentes de Bélgica y Francia. Desde sus trincheras anegadas, los soldados del imperio alemán y las tropas británicas intercambiaban disparos sobre una franja de tierra de nadie en la que camaradas heridos y muertos yacían esparcidos. 

Una guerra sangrienta, la peor desde entonces conocida en el mundo. Odio, venganza, atrocidades, crímenes y asesinatos. Violaciones, castigos severos y continuas torturas. Una de las guerras que más víctimas se cobró en la Historia universal. Pero al llegar la Nochebuena, en varios puntos del Frente Occidental los alemanes colocaron árboles iluminados en los parapetos de las trincheras y los aliados se les unieron en un alto el fuego espontáneo: fue la conocida como Tregua Navidad de la Primera Guerra Mundial.

Soldados en las trincheras.

Al caer la noche, en medio del frío y la suciedad de las trincheras, los alemanes comenzaron a colocar abetos y demás decoraciones navideñas, y entonaron el Stille Nicht (Noche de Paz) un villancico austriaco compuesto en el siglo XVIII. En respuesta, los ingleses cantaron la misma canción pero en inglés, y, por un momento, la noche se preñó de felicidad.

https://www.youtube.com/watch?v=BB4wwTvhdQA

Seguramente todos esos chicos de manos azuladas y mirada cansada llevaban mucho tiempo sin saber lo que era la felicidad, y muchos pensarían que tal concepto había desaparecido por completo de la faz de la Tierra.

Pero aquella Nochebuena, los cánticos sustituyeron al espanto de los asaltos, al estruendo de las bombas, al cenagal de las trincheras, la sangre y los gritos.

De pronto, un soldado británico salió de su zanja con un pañuelo colgado de su bayoneta, avanzó unos cuantos pasos por la tierra de nadie, entre los agujeros que sólo unas horas antes había causado la artillería, y dejó en el suelo una botella de whisky, a la vez que gritaba: ¡Merry Christmas!



Enseguida un soldado alemán fue a recoger la botella, y a su vez dejó un paquete con salchichas y galletas. Poco a poco, todos fueron abandonando sus trincheras para juntarse en el centro del campo de batalla. Todos eran iguales. Alemanes y británicos. Distinto uniforme pero misma cara, mismos ojos, misma sonrisa, mismas ganas de sobrevivir. Intercambiaron bebida, cigarrillos, cantaron abrazados mirando a las estrellas y se fueron a dormir. Pero, lo mejor, vino al día siguiente.

La mañana de Navidad, alguien sacó un balón de fútbol. Todos regresaron a la infancia. Improvisaron unas porterías y  jugaron un partido amistoso. No había ni árbitro. Cuentan las cartas de los soldados que aquel partido lo ganaron los alemanes, 3-2. Este hecho pasaría a la historia como el mejor día de la navidad en plena guerra mundial. 


Una escultura conmemorativa de la Tregua de Navidad del 24 de diciembre de 1914, durante la Primera Guerra Mundial, se exhibe en la recepción del Estadio Britannia. La escultura del artista Andy Edwards de Stoke, titulada "All Together Now", muestra a dos soldados, uno británico, otro alemán, saludándose a su lado con un balón de fútbol.



Esta fotografía, tomada de una colección de imágenes del Museo de los Campos de Flandes, fue proporcionada por la familia del soldado alemán Kurt Zehmischl. En ella podemos observar como un soldado alemán del centésimo tercer regimiento sajón, se cala el sombrero de un soldado británico mientras que este comparte asiento en una zanja con otros soldados alemanes en Warneton, Bélgica.


Aquel día se demostró una vez más que no son los soldados rasos los que se odian entre sí; ellos están allí porque es su deber, que son cosas distintas; y porque el odio de los poderosos, a lo largo de la Historia, siempre ha generado más oficio para el hombre que el amor, y de algo hay que vivir.
Entonces la fiesta acabó y volvieron a sus trincheras, cada uno a su barro, su miedo y su lucha; a una muerte sin pausa y sin prisa que se prolongó cuatro años más.

La tregua de Navidad de 1914 es, sin duda, la más conocida. También porque fue la última vez que la paz irrumpió en la guerra de forma tan espontánea y decidida, de la mano de simples soldados cuyos nombres se han olvidado. Aquello enfureció a los altos mandos (sobre todo al británico) lo que confirma quienes se odiaban de verdad. Pero no fue la única tregua de Navidad.


Tal vez sea menos conocida la otra tregua de Navidad de 1573 en plena guerra.

Ya durante el asedio de Breda, en el siglo XVII, o un poco antes, en el asedio de Haarlem de 1573, el ejército español y el orangista firmaron una tregua de dos días que se cumplió a rajatabla. Incluso sitiados y sitiadores montaron un improvisado mercado en el que intercambiaron toda clase de cosas, remojándolo todo con cerveza y vino; para luego, volver con la misma naturalidad a intercambiarse cañonazos, mandobles y estocadas en las brechas de las murallas.

Y es que a veces, el ser humano tiene salidas inesperadas a situaciones desesperadas. Pequeños resortes que aplican la chispa adecuada en el corazón y lo vuelven más amable, solidario o generoso. O simplemente menos desalmado de lo que suele ser.

La tregua de Navidad menos conocida, es precisamente la más reciente en el panorama histórico de una guerra. Se trata en de la segunda guerra mundial.


LA PEQUEÑA TREGUA DE NAVIDAD DE 1944

La noche del 24 de diciembre, Elizabeth Vincken y su hijo Fritz acogieron a soldados norteamericanos y alemanes. Aquella cena de Nochebuena hizo olvidar la rivalidad de la Gran Guerra.

El bosque de Hurtgen es una extensa área forestal situada entre la frontera belgo-alemana, al norte de la ciudad de Aquisgrán, donde se libraron combates muy violentos durante los meses de septiembre de 1944 a febrero de 1945.

La noche del 24 de diciembre, Elizabeth Vincken y su hijo Fritz, de 12 años de edad, estaban preparando el pollo (que habían bautizado como Hermann) y que habían cebado para el almuerzo de Navidad. El marido de Elizabeth, panadero en el ejército alemán, había sacado a la familia de Aquisgrán y los había llevado a una pequeña cabaña de caza, con idea de alejarlos de los bombardeos y combates.

Mientras estaban asando unas patatas –su cena de esa noche– alguien llamó a la puerta. Asustada, Elizabeth abrió la puerta y se encontró frente a dos soldados norteamericanos, un tercero yacía en la nieve, obviamente mal herido. Los soldados –Ralph Blank, Herbie Ridgin y James Rassi del 121º regimiento, 8ª división– se hicieron entender por signos y un francés macarrónico: estaban perdidos y le pedían permiso para poder pasar la noche al calor de su refugio. Elizabeth los pasó al interior y le dijo a Fritz que pusiera más patatas al fuego. Apenas se habían acomodado y empezaban a entrar en calor, cuando una nueva llamada a la puerta alteró la noche. Esta vez abrió la puerta el pequeño Fritz y fue para encontrarse con el uniforme feldgrau del ejército alemán. Elizabeth, rápidamente, apartó al niño y se enfrentó a los nuevos visitantes. El de más edad –debía tener unos veintipocos años y era cabo– amablemente la deseo una Feliz Navidad. Estaban de vuelta hacía su regimiento, habían perdido el sendero y la noche estaba cerrada. Le pedían permiso para pasar la noche.

(Foto) El general de brigada Anthony McAuliffe y su personal celebran la Navidad en Bastogne, Bélgica, el 25 de diciembre de 1944, mientras están rodeados por tropas alemanas.


Elizabeth Vincken le respondió que no había ningún problema, pero que tenían que dejar las armas fuera. Una vez que lo hubieron hecho explicó al cabo que tenía otros huéspedes.

–¿Norteamericanos? Preguntó el cabo alarmado.

–Si, pero es Nochebuena. No habrá disparos aquí –le respondió la señora Vincken.

Y volviéndose hacía los norteamericanos les pidió que les entregaran sus armas y las depositó junto a las de los soldados alemanes.

El cabo pareció dudar un momento, pero entró junto con los otros tres alemanes. La tensión en la sala era palpable. Americanos y alemanes se miraban con desconfianza y la barrera del idioma no hacía las cosas más fáciles.

La señora Vincken tomó el mando y ordenó que unos se ocuparan de poner la mesa, otros del pobre Hermann –que no duraría para el almuerzo de Navidad– y de las patatas. El cabo alemán sacó una botella de vino tinto de su zurrón y un pan negro de munición. El resto de los soldados, norteamericanos y alemanes, aportaron lo que pudieron y compartieron con todos esa extraña cena de Navidad. Uno de los alemanes había estudiado algo de medicina, hasta que la guerra le obligó a abandonar los estudios, por lo que revisó la herida del herido y comprobó los vendajes.

–La herida no es grave pero ha perdido mucha sangre. El frío ha evitado la infección. Necesita alimento y reposo –les explicó a los norteamericanos en un limitado inglés–. Y se ocupó de alimentarlo y cuidarlo durante toda la noche.

A medida que progresaba la cena el ánimo general cambió completamente. La guerra estaba olvidada y la añoranza de la familia y el hogar se hizo más intensa. Algunos no pudieron retener las lagrimas.

A la mañana siguiente salieron todos de la cabaña. Se estrecharon las manos. El soldado alemán que hizo de enfermero puso un nuevo vendaje al herido, que ya tenía otra cara. El cabo entregó un mapa y una brújula a uno de los norteamericanos, indicándole la posición de sus compañeros. Saludaron a la señora Vincken y al pequeño Fritz y partieron, cada uno en distinta dirección.

El 19 de enero de 1996, Fritz Vincken pudo reunirse con Ralph Henry Blank. El veterano le contó que aún conservaba el mapa y la brújula que le dio el cabo alemán y que atesoraba el recuerdo de aquella Nochebuena como la más hermosa de su vida.


"Desde el Reto Histórico de una guerra, os deseo feliz tregua de navidad para todos los que aún siguen en guerra.".

- Ricardo Mercado Sierra-













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 Nota: Este artículo no pretende hacer ningún tipo de apología política, sino simplemente aclarar algunos conceptos muchas veces confundidos...